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Presentación de la Antología



Casas de poeta


A lo largo de su existencia -marcada por el nacer y el morir- el ser humano habita variazs casas, espacios en los que se gesta, nace, crece, se reproduce y muere. Así conoce sus dos primeras casa: la más abierta y amplia: el planeta; y la más íntima y cerrada: el vientre de su madre.

Una vez que nace adquiere su casa propia (su cuerpo) y varias pieles más: su casa corporal, su casa material, su casa política. Todas éstas, marcas que lleva a cuestas como el caracol. En la casa corporal el ser humano experimenta; en la casa material vive, se afilia y se integra; en la casa política convive, construye, se identifica con otros; en la casa planetaria aprende y evoluciona.

Además de tener una noción espacial la casa también es tiempo: la infancia, la adolescencia, la juventud, la madurez, la vejez, también son casas, casas inmanentes que habitamos y nos habitan. Hospedamos emociones, encuentros y desencuentros, ausencias y presencias, crecimiento, decadencia y pérdida.

La memoria es la casa. Habitamos la casa de la memoria. Por lo tanto, la casa no sólo es un espacio, también es un tiempo, una emoción, una imagen, una posesión que nos posee y a veces nos despoja.

Esta antología virtual presenta los trabajos de 28 poetas de diferentes nacionalidad, edad, y sexo. Veintiún mujeres y siete hombres. Cuatro argentinas, cuatro cubanas, diez y nueve mexicanos, y un español. Con diferentes concepciones y experiencias personales diversas reconstruimos la casa en el espacio de la memoria. En el recuerdo de una infancia feliz, a veces con carencia pero siempre matizado por el amor materno. En el poema de Margarita Muñoz: “La memoria es un aroma de leche hervida / escanciada en pocillos de aluminio, / de pan horneándose en la estufa de leña, de fuego crepitando en el hogar” . Y en Roberto Espíndola Ruíz escuchamos una voz contrastante pero igualmente amorosa: “en casa se escucha / la plegaria de mi madre; /duérmete niño / mañana el musgo verde calmará tu hambre / y la lluvia al final del arcoiris/ calmará tu sed.

También al ámbito de la memoria corresponden los poemas de Lilvia Soto y Carmen Amato, en el que la vivencia familiar se ve enmarcada por los árboles. Lilvia Soto recrea a partir de fotografías las imágenes del pasado: “Al compartir fotos, nos damos cuenta que a todos nos /fotografiaron /bajo la palmera. /Ahí está mi madre sobre una yegua con mi hermana en sus brazos.” Mientras que Carmen Amato reconstruye el espacio familiar con imágenes de actividades domésticas: “Una mujer recoge y tiende /ropa en el traspatio, / como banderas /de paz en el desierto. / Yo miro, mas no la miro a ella, / sino esa aromática contienda. / Miro el sauce y entre sus ramas/ la sombra de mi madre / y su cadencia.

Pero el recuerdo también guarda memorias sospechosas de la casa, ésa que encubre olores fétidos, inevitables, insoslayables, con recuerdos perfumados, y de los que debiera desconfiarse, según afirma el poema de Zyanya Mariana Mejía. Memoria de casas oscuras como la de Graciela Mitre en la que “ el problema no era la casa sino la penumbra”; y casas iluminadas y abiertas como la de Ma. Elena Solórzano en su poema "Salmo de luz"; o casas representadas por el cuerpo del ser amado como lo concibe Lorena Girón Orozco, para quien el nombre de su hogar “Está entre los brazos / y el corazón, / de un hombre; Y Liz Durand quien encuentra el corazón de la casa no en la cocina “como en todas las casas, sino en las huellas que deja el hombre que la habita.“

Sin embargo la casa, también es espacio entrañable que debe ser abandonado de una vez y para siempre como lo asume el poema de Alicia Borgogno: “Sí, me mudé… / una sola vez, / una sola despedida, / un solo adiós…/ y todo eso doliendo en mi carne.” Abandono y dolor que también suscribe Ma. Elena Solorzano: “Abandono la casa. / Y me duelen las manos / y me duelen los ojos.

La casa como patria que se añora y a la cual se desea volver, en donde siempre alguien espera nuestro regreso, como en el poema de Ricardo Rodríguez: “sobre la casa que yo me sé / que dentro de ella / un corazoncito me aguarde /a mí /contemplando la tormenta. Para Carmen Suárez, la patria como casa propia es un espacio domesticado y apropiado donde cada uno de sus recursos naturales forman parte del jardín particular de la memoria: “historia mía, patria mía donde los mundos / se encontraron, silenciosos jardines, reino / de las medusas, de las algas, aquí me estoy callada recobrando a tus muertos, y al arco iris que nace en los corales; rojo cilindros, lazos de violeta, discos verdes,/ ambarinas medallas: el universo mundo se reconoce / en tus guijarros.

Hay casas legendarias que fueron importantes por su fastuosidad y que luego fueron expropiadas, abandonadas, cambiado su propósito inicial de albergar y reunir familiares y amigos como la “Casa Nassar” que recrea Víctor Manuel González; o la excelente personificación de la casa vieja de la inolvidable poeta cubana Dulce María Loynaz, en su poema "Últimos días de una casa" del cual transcribo una estrofa: “Otro día ha pasado y nadie se me acerca. / Me siento ya una casa enferma, /una casa leprosa. / Es necesario que alguien venga / a recoger los mangos que se caen / en el patio y se pierden / sin que nadie les tiente la dulzura./ Es necesario que alguien venga / a cerrar la ventana / del comedor, que se ha quedado abierta, /y anoche entraron los murciélagos.../Es necesario que alguien venga/ a ordenar, a gritar, a cualquier cosa.”

No faltan las casas generacionales, como la de Celeste Alba Rodríguez, que ha pertenecido a tres generaciones: “Ésta es la matriz de la abuela/ las paredes que levantaron a mi madre/ el sillar traído a mula/ la infancia propia y vespertina/ el nido de mis hijas/ la cabecera donde escribo”. Casas que envejecen como sus habitantes, como esa en cuyas oquedades José Santos ve “la llegada del tiempo / de decrepitud / que ataca a (sus) huesos.”

Y qué decir de las casas que nos toman y no vivimos sino a través de ellas y sus ventanas, sin vida propia, como afirma Ana Rebeca Torres Macías. Y qué de las casa en litigio, que representan un territorio vedado para algunos y apropiado por otros, una casa defendida con la propia vida en la que habita un hombre solo, de la cual da cuenta el poema de Gustavo De la Rosa Hickerson.

Casas que se quedan vacías por el silencio de las madrugadas, como la de Susana Rozas; o las que brindan cobijo y bienestar, que son refugio para la actividad del día fuera de casa, como las descritas por Rosa Lía Cuello y Yudith Esmeralda Milán Balderas. También están las casa que reúnen y reconcilian a sus habitantes, que son un pretexto para el encuentro, como la casa a la que canta Magdalena Guerrero Martínez: “donde al abrir / puertas, / entrama veladas /para quienes se quieren / bienvenidos. / Hilvana enlazando generaciones, / juntándolas para el abrazo del reconcilio."

Existen casas con historias de apropiaciones y despojos, de luchas y defensas, casas tan intensas y tan vivas que adquieren vida propia y habitan a sus habitantes “y los despellejan” como la de Úrsula Gadua. Román Corral expone la explotación del raramuri que ha sido despojado de sus tierras y vaga como un paria sin tierra ni casa: ¡Dame kòrima chabochi,/ soy un indio tarahumara, /de Guachochi o Carichì, /hijo del Sol y de la Luna, /que me guiaron hasta aquì, /a tu tierra que era mìa, /donde soy un extraño para tì, /donde vivo como un paria, la riqueza no es para mí!

Casas imaginadas llenas de espacios mágicos en donde el deseo construye cada una de las habitaciones y espacios abiertos ideales para ser vividos por los amantes, como la de Liz Durand. Casas fantásticas que se destruyen y construyen al mismo tiempo a partir de la imaginación como la de Carmen Julia Holguín Chaparro.

Casas sabrosas como la de Federico Corral Vallejo, llenas de sabor y añoranza: “Los tres cuartos / se comunicaban de igual manera /pues la casa / estaba construida / en forma de chorizo / razón por la cual /olores de /chile pasado / frijoles con chorizo / tortillas de harina /asaderos y cominos / la inundaban a diario. Casas sutiles cuyos patios se llenan de pétalos de cerezo como la de Marta Ortiz, o aún, la del azar, la casa del azar, la cual habitamos inevitablemente como muestra Reneé Acosta en su poema “Testimonial del ojo”.

Casas, casas, casas…. las casas presentadas en esta antología, sin importar si son concebidas por hombres o mujeres, jóvenes o adultos, nacionales o extranjeros, responden a la necesidad del ser humano de pertenencia y posesión, a la necesidad de un espacio, físico, mental, emocional, para abrigar sus sueños, su derecho genuino de tener donde poner su pie sobre la tierra y decir aquí habito, esta es mi casa, mi refugio, mi territorio.

Bienvenidos a estas casas.

Carmen Amato
Agosto 2011